Siria no está

“En la noche 343 Sherezade empezó a contarle al sultán: … No se podía distinguir nada en las tinieblas, porque la oscuridad había espesado sus sombras sobre la llanura; pero de pronto se hizo un gran resplandor por Oriente, y en la cima de la montaña apareció la luna, iluminando cielo y tierra con un parpadeo de ojos. Y a sus plantas se desplegó un espectáculo que le contuvo la respiración. Estaban viendo una ciudad de ensueño. Era Damasco”. La imaginación crece desde la infancia hasta hacerse una nube que envuelve todos los sueños que nos hacen crecer. Yo quería ir a Damasco. Un camino mágico por donde pasaban las caravanas de la ruta de la seda. Quería pisar el desierto de Palmira y conocer la tierra donde reinó Zenobia con la fuerza de un varón y la voluptuosidad de una hembra erótica. Una mujer que acuñó moneda con su efigie y que fue capturada y llevada a Roma con cadenas de oro. Mi fantasía había crecido con las historias de “La vieja sirena” de José Luis Sampedro. Para mí Siria era Zenobia, Damasco y “Las mil y una noches”. No sabía que existía Bosra. Malula, Crac de los Caballeros, Letakia, Alepo… No sabía que en Ugari se encontró el primer alfabeto del mundo, la primera nota musical y el primer diccionario que data del año 1400 a. C., que aquí nació el cristianismo, que Siria tiene cuatro lugares declarados por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad –Palmira, el antiguo Damasco, Bosra y el antiguo Alepo-, que Siria es el tercer país del mundo productor de aceite de oliva...

El perdón da paz, gracias

La premonición existe. La noche del jueves, que no podía dormir, me levanté de la cama y tomé una copa de cava y me comí un bombón. Ayer por la mañana, día 20, viernes de abril, al despertarme, me sorprendí de esta reacción extraña, desconcertante. ¿Por qué? ¿Por qué tomar a sorbitos pequeños y a oscuras, mirando la ría, esta bebida en total soledad? No lo sé, pero me sentía bien. Había levantado la copa y brindado no sé por qué ni por quien. No tengo conciencia de ninguna palabra. Quizás en esa profundidad del alma inconsciente, la que anuncia sin saber que algo bueno va a ocurrir, yo presentía que iba a recibir la mejor noticia del día. ETA, por primera vez, me pide perdón a mí por la muerte de mi marido, José María Portell. Me dice que lo siente y he notado esas palabras exclusivamente para mí. Me uno a las 800 personas que han sufrido durante tantos años, como yo; me uno a los asesinados, a los secuestrados, a los que tuvieron que dejar su querida tierra por amenazas. Me alegro por mi padre que recibió un impuesto revolucionario falso de ETA y murió arruinado. Las palabras de perdón son para mí. Cuando escribo son las 8 de la mañana y después del café tendría que abrir otra botella de champán, pero a esta hora no es el momento, me como un bombón. Desde mi corazón he de decir que recuerdo. Recuerdo en presente y con infinito dolor el cuerpo ensangrentado sin vida de mi marido. En su gesto se leía: ¿Por qué? Durante años...

A la Presidenta de la Comunidad de Madrid: Cristina Cifuentes

A la Presidenta de la Comunidad de Madrid: Cristina Cifuentes Buenos días, señora: Verá, la vida es bastante difícil para los que caminamos a pie. Somos mayoría y trabajamos nuestras horas para poder llegar a una situación más o menos estable –a veces ni siquiera digna-. Para poner una línea más en su curriculum, usted quería un máster de posgrado de Derecho Público del Estado de las Autonomías por la Universidad Rey Juan Carlos. Y como los títulos deben de conseguirse en su posición con más facilidad que el resto de estudiantes que acuden con asiduidad a las clases, usted logro ese máster sin acudir presencialmente a las clases. Según sus declaraciones: “lo había hablado con los profesores dado mi cargo”. Y le dieron su título con la presentación de un trabajo. Hasta aquí, lo que usted ha asegurado. Según el jurado que supuestamente le dio un 7 y medio, las firmas que aparecen en su titulación son falsas y en su casa no aparece –“tengo montones de papeles”- ese trabajo que le daría la digamos “legalidad” de su máster. Pienso -es una opinión mía- que si fuera así de fácil tener un máster, la mitad de los universitarios que terminan su carrera harían los trabajos necesarios para no gastar tiempo y dinero -mucho dinero para su precaria economía- en un máster. Al fin son los padres quienes pagan ese plus académico. Pero eso es otra historia. En este país hay muchos que han tenido la misma suerte que usted. Títulos gratuitos. Lo que no imaginaba que cualquier día en cualquier lugar se podía descubrir lo que hizo, porque...

Siempre llueve y escampa

Casualidad o no, todos los años llueve en Semana Santa. Con serenidad, esperamos las lágrimas de los sevillanos, malagueños o vallisoletanos que se restriegan los ojos ante la imposibilidad de sacar sus pasos llenos de flores y velas. La verdad es que es mala suerte. Lo más triste es que se anulen las representaciones de la Pasión viviente. Verá, yo tengo un remordimiento que nunca he podido pedir perdón a quién se lo causé. Una noche de Televisión-no sé si llovía o eran las lágrimas de la madre del Jesús de Balmaseda- en una tertulia televisiva se planteó el tema de Semana Santa y las costumbres tradicionales. Hubo dos grupos de invitados. Los que creía en Dios – una era yo- y los ateos. Cada uno expuso sus razones. A mi lado estaba una señora feliz. Su hijo iba a ser Jesús en la representación viviente. Y allí se armó. Los tertulianos encontraron ridículo ese teatro y, además, vulgar. La mujer que había acudido al programa, creyéndose protagonista, empezó a mirar a todos con los ojos a punto de salirse de las órbitas. Su hijo, su hijo guapo, alto y moreno, se estaba cuestionando ante una pantalla de televisión. Si a mí me remuerde la conciencia es porque yo también critiqué aquel espectáculo. Cuando volvimos a casa en el coche de producción la mujer lloraba sin parar, vomitó y no veía la hora de llegar a su casa. Aquella noche no dormí, avergonzada, porque llegué a “presumir” con los no creyentes de aquella fantochada. Más de una vez he pensado en la frase de “quien se avergüence de mí,...

El pañuelo de Pavarotti

La verdad, la mentira, la imaginación y la realidad suelen jugar al corro a escondidas. Al fin no sabes dónde empieza el sueño y termina lo que pudo ser. El periodismo es el privilegio que me ha llevado ante los más grandes de la historia con cercanía familiar. Hacía sol. Un detalle importante dada la blancura fría de nuestro paisaje, y ese día de septiembre italiano precioso fui a Pesaro para entrevistar a Luciano Pavarotti. Estaba en un jardín sobre el Adriático a su aire -quiero decir que todo iba manga por hombro- y tumbado en una hamaca de cuerdas –decía que tenía lumbago- con el regazo tapado por una partitura. Preparaba el concierto de los Tres Tenores. Mi falta de idioma se suplió con cierta dignidad: me llamó la atención que sus dientes blancos no eran de verdad. Como allí no oía su portentosa voz, me fijaba –es la miseria humana- en los defectos. Llevaba una camisa roja abierta hasta medio pecho que le hacía parecer un Garibaldi. En la piscina nadaban su mujer Adua –que más tarde la sustituiría por su secretaria-, colecciones de niños saltaban en el agua y un grupo de amigos jugaban a las cartas. Todo aquel jardín bullía de música de fondo, como si el mundo no le perteneciera. Luciano me dijo que pintaba – parecía muy importante para él-, y que en la próxima visita me enseñaría los cuadros. No hubo próxima visita. A pesar de los años que han pasado de aquel día y de su posterior muerte, sigo escuchando Spirto Gentil de “La Favorita”, su obra preferida, como si fuera...